22 de diciembre de 2018

10 de junio de 2016

Como es bien sabido, los colegios de otra época solían bombardear a los niños de familias ricas con la gramática latina; en los exclusivos internados británicos de hace cien años apenas si se enseñaba más que griego y latín. La idea no era, sin embargo, abrir la puerta a los alumnos a toda una sugerente literatura antigua que pudieran leer con soltura en el original, sino inclulcarles los modos de pensamiento lógico que, supuestamente, uno adquiría mediante un atento aprendizaje del conjunto de las reglas gramaticales. En la época victoriana existía, aunque modesta, toda una industria de libros de texto -algunos continúan reimprimiéndose- cuyo objetivo era echar luz sobre dichas reglas, nombrar y describir las partes de la gramática: el gerundio y el gerundivo, el amo-amas-amat, el ablativo absoluto, el estilo indirecto, el supino de confiteor, la oración condicional en oratio obliqua, los verbos en -μι , -mi, o la tercera persona singular del pluscuamperfecto pasivo subjuntivo de la cuarta conjugación.

Hoy en día solo un lunático puede seguir pensando que aprender reglas gramaticales tenga un efecto positivo en el razonamiento lógico de los alumnos, pero sigue siendo objeto de debate cuál ha de ser la forma más adecuada de enseñar las lenguas latina y griega. Aunque se han propuesto toda una serie de métodos, aquí no vamos a ocuparnos de ellos; vamos a insistir, antes bien, en el hecho de que la enseñanza de las lenguas antiguas nunca ha tenido, ni siquiera en la época victoriana, el carácter monolítico o desprovisto de matices que a primera vista cabría suponer. Siempre ha provocado respuestas diversas.

El mundo clásico: una breve introducción, Mary Beard y John Henderson


Otras razones para aprender latín, expuestas en Classics at Home: